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miércoles, 2 de febrero de 2011

Aunque duela



(...) El espectador de hoy, mientras ve una película en su ordenador, come, twitea, contesta correos, cuelga comentarios en los muros de los amigos. Así son las cosas. La relación entre lo visible y lo invisible se ha modificado. La noche artificial en la que te sumerge una película vista en una sala no tiene ya el carácter sacro que tenía para muchas generaciones de espectadores.

Esa banalización del disfrute, unida a la asombrosa ceguera de avestruz de los canales de distribución que, si viven en el mismo planeta que los espectadores lo disimulan muy bien, hace que el acto de descargar una cinta no cree ningún problema en los internautas. (...)

Las películas ya no modelan nuestros puntos de vista sobre el amor, la política, la historia, las relaciones: han dejado de ser fundamentales. Ignorar esta disminución de la influencia del cine en la vida es algo que los cineastas no podemos permitirnos ignorar. La nostalgia, aunque inevitable, es un error (Simone Signoret dixit) que puede costarnos la supervivencia.

Es nuestro deber saber (o intentarlo al menos) dónde estamos y avanzar, aunque sea a ciegas y con multitud de traspiés, hacia algo que no conocemos aún, pero que nos va a llevar muy lejos de la zona de confort donde estamos instalados. Arriesgar, experimentar, explorar lo desconocido, poner lo mejor de nosotros en lo que hacemos sin tener el ojo puesto en la taquilla, el prestigio o nuestra propia vanidad es el único camino posible que se me ocurre. (...)

El cine, gracias a las nuevas tecnologías, afortunadamente ya no es el tren eléctrico más caro del mundo, como decía Orson Welles. Otra cosa es que los que quieren hacer cine quizás lo que en realidad quieren es un instante de esplendor en la alfombra roja. Algo pasajero, burbujeante, efímero, banal. Y si me preguntan, muy muy aburrido. Son cosas diferentes y, a menudo, contradictorias.

Las rencillas de patio de colegio que tienen un eco, a mi modo de ver completamente sobredimensionado, en las páginas de los periódicos estos últimos tiempos y que tienen por protagonistas a miembros de la Academia, son una pintoresca cortina de humo que oculta los temas que he señalado antes: la pérdida de peso del sector cinematográfico en el concierto de la cultura, el abismo entre quiénes somos y lo que representamos, la incomprensible confusión entre instituciones y personas.

(...)

¿Estos espectadores que han dejado de ir al cine son los que se bajan las películas en la Red o se las compran a los chinos que venden por los bares (que cada vez se ven menos)? Yo creo que no. La gente deja de ir al cine por múltiples razones: porque pierden el hábito, porque no hay nada en la cartelera que les motive, porque prefieren gastarse 100 euros en una entrada de fútbol, porque se enganchan a las series de HBO, porque tienen niños y sale por un pico el cine y las horas de canguro o porque, simplemente, pasan: no es algo importante en sus vidas, lo arrinconan hasta el olvido.

¿Es posible recuperarlos? No lo sé. Lo único que sé es que en este momento en que nos encontramos, más que nunca, el deber de un cineasta es construir un punto de vista sobre la realidad (y en eso incluyo a cualquier tipo de cineasta, desde el más oscuro y minoritario al más comercial), saber dónde está, empaparse de las cosas que pasan (aunque luego haga una película de zombis en el espacio) y empeñarse en ser lo más libre que pueda.Aunque duela. Aunque te pongan a parir. Aunque dé vértigo. Porque aunque el cine haya muerto, los cineastas vamos a seguir bailando. Es el único favor que podemos ofrecer a los espectadores. Ojalá aún estén dispuestos a bailar con nosotros.

Si estás muerto, ¿por qué bailas?, ISABEL COIXET. El País, 2/02/2011

Podéis leer el artículo completo aquí. Podría matizarse mucho pero me parece altamente recomendable.


3 comentarios:

Larry dijo...

Yo he dejado de ir al cine, pero no de pagar por ello. Cuando tengo tiempo, voy al video-club, pero al cine no. ¿Porqué? Quizás sea que es excesivamente caro, pero más que nada es porque estoy hasta los ... de aguantar a gente maleducada que charla sin parar o que habla por el móvil y no te deja escuchar nada e incluso se pone chula cuando le llamas la atención. Por eso no he vuelto ni pienso volver. No quiero cine sin educación. Esa es mi auténtica razón. Y, por cierto, llevo más de dos años sin bajarme ni una película.

Jess Modlov dijo...

¡Amen!

Me encanta ir al cien, pero no me lo puedo permitir. Voy a las cinetecas, donde encuentro buenos precios (incluso a veces gratis), pero si tuviera que pagar por todo el cine que quiero ver, todo el cine que necesito para saciar a mi ansia de cultura, no podría comer ni pagar el alquiler.
Soy un internauta* y a mucha honra.


*Por internauta entiendo al usuario medio de internet, es decir, que se baja música, películas, libros, etc, gratis.

¡Un saludo!

Paula dijo...

Me gusta, me gusta...